Como un tsunami, a la
velocidad del rayo, ¡de un día para otro! Nos hemos visto inmersos en una
situación que nunca hubiéramos imaginado, ni en las mejores películas se traman
argumentos con tanta intriga, angustia y desesperación.
Estamos acostumbrados a
decir “la salud lo es todo”, “la salud es lo primero”, “la salud es lo más importante”
… pero hasta que no te sacude una desgracia, una muerte cercana, familiar,
parece que no va contigo, es como una frase hecha, como si fuese la teoría,
pero esto es la práctica.
En estos días se ha
parado el mundo, da igual todo, lo único que importa es lo primordial: la
salud, porque sin ella, no puede haber nada.
Es increíble que haya
tenido que venir un virus para hacernos recapacitar, para hacer un parón en
nuestras ajetreadas vidas y empezar a darle valor a cosas que antes, quizás, no
es que no la tuvieran, sino que dábamos por hecho que debíamos tenerlas. Era
normal salir por las mañanas a trabajar, desayunar fuera, quedar con amigas
para ir a tomarnos un café, ir de compras, salir a dar un paseo, ir a visitar a
tus padres, amistades, ir al cine, al fútbol, tener planes futuros de
presentarte a unas oposiciones, de eventos como bodas o comuniones… todo estaba
ahí, al alcance de nuestras manos, y teníamos la posibilidad de hacer lo que
quisiésemos en cualquier momento.
Pero ahora no hay planes
futuros, ninguno, solo importa el presente, el día a día. Levantarte cada
mañana y antes de nada darle gracias a Dios por el nuevo día e intentar vivir
tu vida solo con las cosas imprescindibles, sin ornamentos, sin vanidades, tal
como eres, sola tú y las personas a las que más quieres. Lo demás es importante
pero ya no imprescindible.
Gran lección de vida que nos ha dado un virus.