lunes, 18 de abril de 2011

Una siesta entrañable


Acomodada en mi sofá y después de un copioso almuerzo, me encuentro en una lucha constante por intentar alzar mis párpados que se esfuerzan por cerrarse a toda costa. Logro mantenerlos entreabiertos y diviso un camino, un camino largo, recto, y por más que esfuerzo la vista no logro la vista para alcanzar el final de ese trayecto, no puedo, no puedo verlo, quiero y no puedo... ¿Hacia dónde irá ese camino?
Me veo a mí misma, pero soy muy pequeña, soy una niña, voy con una mochila en la espalda y un osito de peluche en la mano. Voy caminando lentamente, sin pausa pero sin prisas, mirando al fondo pero... ¿Hacia dónde me llevará ese camino?
Atravieso la calle Duque de Montemar, en el barrio de la Macarena, veo a Sor Petronila, a la hermana Dulce, el colegio de las Carmelitas, a mi amiga Mª del Prado, veo a mis padres esperándome el viernes a la puerta del colegio en un Opel Corsa gris metalizado, para dirigirnos al pueblo, a casa de los abuelos, recuerdo lo bien que me lo pasaba allí, jugando con mis amigas y primas en la calle o en la plaza, algo que en la ciudad era algo impensable para mí. Recuerdo cómo me despertaba los domingos con la mirada triste porque sabía que teníamos que regresar y no había otra opción.
Pero un día llegó el momento más esperado y deseado por mí: ¡Nos íbamos a vivir allí! Recuerdo cuando llegó el camión de la mudanza a la casa del pueblo y coloqué nerviosa todas mis cosas en la que yo quise que fuese mi habitación, y la primera noche que pasamos allí, que apenas dormí. Mis primeros días de colegio, un poco difíciles, eso sí, porque ciertamente los grupos de amigos ya estaban hechos de un año para otro, y porque yo era un poco el centro de atención, , yo era "la nueva", "la niña de Sevilla"... Pero que gracias a Dolores, Alicia, Chelo, Amalia Esther, Agüi... todo fué muy llevadero. Muchas gracias a todas desde aquí por vuestra amistad, amistad que a día de hoy mantengo y espero que dure toda la vida.
Entonces me desperté, pensando que en ese mismo instante me había quedado dormida, pero no fué así, porque ciertamente ya había transcurrido casi una hora. Como en otras ocasiones, me entusiasmó la idea de ser consciente de lo que estaba soñando y sentí como si fuese un personaje de ficción pero a la vez de carne y hueso. Por ello, cerré de nuevo los ojos y empecé a guiar a mi mente para seguir recordando "buenos momentos".
Por fin supe hacia dónde iba ese camino. Ese tramo del trayecto: mi infancia y el camino: mi propia vida.
Continuará...